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sábado, 30 de agosto de 2014





-Crítica Teatral.-

"Finlandia".





-Un universo en (des)construcción.- 

Si arriba está el cielo, abajo la tierra. Los pies y el mundo están en ella. Se sostienen por las leyes de la naturaleza, sin embargo el hombre las ha renombrado llamándola ciencia, y expuso que todo aquello que es  visto por los ojos se traducen al revés, por lo tanto la mirada traiciona al voltear todas las imágenes. ¿Qué vemos en realidad?

La dualidad que nombra al mundo constituyen ese cielo y esa tierra, ese arriba y ese abajo, la humanidad y la naturaleza, al hombre y la mujer, conformándose cada uno por lo que el otro no es. Como al mirar un espacio vacío intervenido apenas con luces tenues. Es esta penumbra indefinida, como un estanque de agua, como un génesis, donde el más mínimo movimiento crea una onda expansiva a partir del  que las situaciones, las palabras, los objetos y los seres toman contacto entre sí, produciendo nuevos desplazamientos, alcanzando profundidades,  generando y disponiendo estados. Pero no son más que imágenes, una sucediendo detrás de la otra, aunque estén acompañadas de la palabra que por sí mismas no dicen nada.

Finlandia, del dramaturgo argentino Ricardo Monti, bajo la dirección de Marina Vázquez, se decanta como un espacio ficcional donde la lógica de aquello que se ve (como espectador) es la trasgresión de las leyes que se suponen naturales en el mundo, en una realidad que también se presume como tal.

Desde las actuaciones a la concepción misma de la escena se presentan como un río constante de imágenes y palabras que arrastran al espectador a transitar un universo sensible pero subjetivo en torno a aquello que intuye al ver, dándole imperancia a la acción por sobre un texto poético en sí mismo, plagado de referencias sueltas, las que lo enriquecen y  a la vez ponen en jaque la idea de una historia unívoca y lineal. De esta forma no hay significados impuestos, sino sentidos, y cada espectador tiene el trabajo de construirlos.

Cómo es arriba es abajo.
En un mundo de caos donde también existe el orden, el primero no está controlado por el segundo y la disparidad es ley, algunas veces contrastada en dos cuerpos y otras con la unión de dos seres en uno.

Un rey desvariante, su fiel sirviente, un hombre y una mujer signados por géminis habitan esta dimensión tan frágil como dinámica, donde no existe el tiempo como tal, donde el espacio, aparentemente despojado, oculta lo repleto que está. Son ellos, acción tras acción, quienes disponen las cuerdas sobre las que el espectador afina su mirada con su sensibilidad para poder ver.

Así por ejemplo, puede resonar en los espectadores el impacto de los hermanos unidos por los genitales y la conmoción llena de preguntas de los otros ante semejante grotesco “¿si están unidos que sexo tienen?”; lo andrógino, lo indefinido, lo sexualmente dual no está bien visto en una realidad (sociedad)  donde el orden nace de la división opuestos, entonces, ¿qué sucedería si ambos se juntaran en uno? Paradójicamente, en esta dimensión, ellos son la voz de la ley trasgresora que sustenta la lógica escénica, son los bufones que sirven a un amo pero no dejan de trabajar en su propio beneficio, son los maestros de ceremonia que dirigen este acontecimiento de devenires constantes. Corporalmente, desarrollan con destreza desplazamientos por el espacio que generan relatos en sí mismos y que conjuntamente con la palabra producen momentos contundentes. Beltrami y Polilla, el obnubilado y su lazarillo, por su parte, comienzan trabajando con la palabra y gradualmente la llevan a otros niveles de expresión más  ricos corporalmente. Representan un orden extinto, vencido, que quiere imponerse con autoridad pero que ya no tiene razón de ser ni lugar en ese mundo ni en ningún otro. Mantienen la ilusión de estar separados de los mellizos y de lo que ellos representan, sin embargo están unidos por el solo hecho de coexistir en el mismo universo. Esa es la ley trasgresora: los diferentes no son opuesto sino complementarios, contiguos y hasta co-dependientes.
Lo lumínico, escenográfico y de vestuario, como disparadores sobre los que se construye la teatralidad, son visual y estéticamente bellos al mismo tiempo que interpelan al espectador, aportan sentidos o los profundizan  y,  principalmente, anclan lo ficcional.


Lo artístico conviviendo con lo político, la libertad personal bajo la mirada de la moral, lo místico filtrándose en la razón, las altas pasiones contra las bajas, son algunas de las dualidades que decide mostrar ese lugar, ese “no espacio, no tiempo” donde estos personajes habitan, se desplazan, se sumergen, se nutren, se pierden, y con ellos, la mirada del espectador siguiéndolos solo para descubrir que han sido hábilmente llevados a través de una experiencia que habla más desde su lugar de teatro (¿o acaso habla del teatro mismo?) que desde la lengua y la palabra.