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martes, 7 de enero de 2014



  -Crítica Teatral.-

"Ricardo, una farsa".- 
Comedia Universitaria- Producción 2013


Vista: Domingo 10 de Noviembre de 2013-
Sala Maggi Foro Cultural Universitario -Santa Fe.-
En el marco del 10° Argentino de teatro.-
El juego de las (bajas) pasiones.

El tablero se despliega como un espacio oscuro, siendo descubierto de apoco por una tenue luz. Al momento se escucha el avance apretado de los jugadores que vienen a ocuparlo. En una pirámide escalonada se ubican frontales, ofreciéndose como los oficiantes de este juego que está por comenzar. Unas palabras dan la fanfarria de inicio, haciendo así presentes un tiempo, un lugar, una situación. Disponen una torre, base táctica donde reside el poder del triunfador. Una Reina, pieza necesaria y descartable de la que el vencedor necesita asirse. Dos peones y un alfil, frentes de batalla que no serán los primeros en morir pero si en sentir la desidia del que ostenta el poder mediante la traición. Ya todo está dispuesto, no hay vuelta atrás. El juego comienza cuando muera el rey.

“Ricardo, una farsa” se construye como un gran juego de ajedrez guiado por las intrigas, las traiciones y las manipulaciones de un hombre cuya sed de poder lo llevan a su propia destrucción y locura, a la vez que los amos indiscutibles de su destino son los actores, puesto que son ellos quienes al reproducir su vida  en escena ejecutan los movimientos  de los que dependen que sea coronado triunfador o condenado a la derrota.

La reescritura sobre el original de William Shakespeare define un nuevo texto que logra circunscribir los conflictos y personajes principales así como también habilita intertextualidades  actuales sin que por esto se pierda el tiempo inmanente a la obra. Es decir, mantiene el contexto histórico propio del personaje (Inglaterra, edad media) jugando en determinadas situaciones con un avance temporal (Argentina, siglo XXI).

Estos momentos de ruptura son  generados a partir de la implementación de la farsa como uno de los códigos desde los que la obra es intervenida, despojándola así del sentido de tragedia con el que fue concebido el original y con esto, su  “solemnidad” como drama histórico.

Los actores trabajan desde un doble registro mediante el cual caracterizan a los personajes a través del vestuario propio de la época a la vez que desarrollan los conflictos y de esta forma la obra avanza de manera lineal en lo textual. Por otro lado, se mantienen en un estado de “permeabilidad” que les permite tomar posesión de múltiples personajes, a excepción del protagonista que se mantiene siempre estable.
Este procedimiento del “teatro dentro del teatro” es un “afuera y adentro” constante en el que los actores van definiendo el territorio dramático de la obra, produciendo momentos donde aparecen como comentario (en tono jocoso) sus opiniones en relación a lo que está sucediendo.

Escénicamente trabajan en un espacio en construcción constante donde los pocos elementos escenográficos utilizados, además de ser introducidos y retirados por los mismos actores al principio y al final de la obra, sirven para hacer presentes desde un puente a un trono, dejando en evidencia una vez más el tono farsesco de la obra: esto no es lo que parece, esto es otra cosa.

“Mi reino por un caballo”
Obligado a moverse siempre en líneas curvas, como el caballo del ajedrez que avanza o retrocede dos casilleros y uno a la derecha o izquierda, muestra Ricardo su retorcida inteligencia, enalteciendo así su ímpetu bélico.  Pero es esa vorágine, cada vez más rápida y sanguinaria, la que acaba con él.
Algo de ese espíritu voraz se trasmite a través de las sobresalientes actuaciones que no solo se apropian de un texto complejo sino que además logran precisión y efectividad corporal en una obra donde cada jugada podría arrojar un resultado diferente.

¿Qué pasaría si el plan de Ricardo de tomar la corona de Inglaterra fuera impedido por los actores en lugar de ser sus ayudantes en esa empresa? ¿Qué pasaría si Lady Ana (la reina necesaria y desechable de este juego)  hundiera el cuchillo en su pecho apenas tuviera la oportunidad? ¿Por qué en lugar de maldecirlo escupiendo al suelo cada vez que escuchan su nombre alguien no hace algo para detenerlo?

Los pecados no se perdonan, las traiciones tampoco, y como todo buen personaje Shakesperiano será visitado por los fantasmas de sus excesos. Sin arrepentimiento no hay absolución.  Él tampoco la busca. La historia se ha encargado de reivindicarlo de alguna forma pero con esto nada ha tenido que ver el teatro: los actores lo ayudan a llegar al final porque saben que no será exitoso aun cuando haya tomado posesión de la corona. He ahí la verdadera farsa. Aunque la gloria llegue será un espejismo tras el que no es más que un hombre desdichado.

Como metáfora de la actualidad esta obra viene a hablar de las bajas pasiones y la violencia que estas generan en la sociedad. Muestra a un hombre que es fagocitado por su codicia pero que a su vez él solo es un síntoma de todo un sistema cuyas reglas parecieran haber evolucionado con el tiempo pero su base sigue siendo la misma: la ley del más fuerte.


Ricardo el estratega. Ricardo el guerrero. Ricardo el homicida. Ricardo el contrahecho. Ricardo el maldito. Ricardo, el último orejón del tarro. Al que de todas las piezas del tablero le tocó ser el caballo porque su linaje lo acerca a la nobleza y sin embargo su sangre hierve como el más pobre plebeyo al notar que su vida está signada por la miseria de ser el último, siempre el último.